Las muñecas de Alta Gracia que almorzaron con Mirtha
Alta Gracia tuvo industrias cuyos productos recorrieron el país y el mundo. Injusto sería no mencionar la fábrica de muñecas que perteneció a la familia Dufrechou.
Vení conmigo
-Belgrano arriba-
que subidos a la tarde
un Tajamar de gente
salió a pasear el optimismo.
¿Qué ciudad tranquila... eh?
Cerquita nomás del centro,
faroles de hierro negro
y canteros sorpresivos
de amapolas vergonzozas...
han salido también
a mirar la tarde.
Las vidrieras te hacen chistes
y la plaza se muere de risa,
los domingos...
¡Pero qué linda ciudad!
Tan museo,
tan reloj...
Si aquí al turista
le damos las doce...
¡antes de hora!
¡Ah! Pero no hagas caso:
los barrios... son los barrios...
y si alguna bronca te amenaza
es el costado de la vía
que a veces duele un poco.
El viejo bandoneón del arroyo
rezonga de espuma entre las piedras,
¡con tanto olor a matadero!
En la canasta de mimbre,
el sol se reparte en pastelitos
y los pibes de la otra cuadra
-con querosén de la Shell-
se lavaron la cabeza.
Pero dale, che!
Que hoy es domingo:
ya vas a ver...
¡qué linda se va a poner la plaza!
Alta Gracia tuvo industrias cuyos productos recorrieron el país y el mundo. Injusto sería no mencionar la fábrica de muñecas que perteneció a la familia Dufrechou.
Sin dudas, una de las más exquisitas tradiciones gastronómicas de Alta Gracia.
Esta historia, como tantas otras, nace de la fuerza creativa de la juventud. Pibes, adolescentes que a partir del fenómeno Beatle decidieron que acá, en la otra punta del mundo, también se podía hacer algo distinto a la hora de tocar música.
Repasamos capítulos de su vida. Buscamos al profesor, al padre, al amigo, al vecino. Fuimos a buscar a Golocovksy y terminamos encontrando al “Golo”.
Cada calle de Alta Gracia tiene su historia, su por qué, su razón de ser denominada con determinado nombre. Conozcamos quién fue Mateo Beres.